Después de la visita a la exposición de Sheela Gowda a Bombas Gens (ver aquí) volvimos a clase para hacer una lluvia de ideas de los contenidos que trabajamos en la visita. Pudimos ver que salieron tanto contenidos de EF como otros que trabajaríamos de forma interdisciplinar.
Entre los contenidos había el de “Rastros”, ya que en los materiales que utilizaba la artista en su obra había dejado algunos rastros que nos hablaban del uso que tenía ese material antes de ser una obra de arte. El concepto de rastros lo traspasamos al de “Rastros de movimiento”. Este concepto lo trabajamos desde la expresión corporal. Para ello, decidí hacer esta instalación con papel, luces y con el pabellón medio a oscuras:
Los alumnos tenían que traer un antifaz, un carboncillo y un hilo rojo. Al llegar al pabellón se pusieron el antifaz y entraron con los ojos cerrados. Los situé delante de la instalación y se quitaron los antifaces. A partir de aquí empezamos un trabajo de concienciación corporal y de adaptación al espacio. Para ello, primero caminamos por el espacio descalzos, poniendo nuestra atención al peso, a la temperatura, a la textura del suelo, etc. Luego nos pusimos por parejas y empezamos a “conectar” con el otro. Para ello nos miramos a los ojos durante un tiempo, fijamente, sin prisa. Mirándonos de verdad, profundamente. Finalmente terminamos con un abrazo consciente que duró unos dos minutos. Teníamos que poner atención a aspectos como la temperatura del cuerpo, la respiración, el peso de nuestro cuerpo, etc. La siguiente actividad también era por parejas. Tenían que juntar os dedos índices y cerrar los ojos. Tenían que iniciar como un “baile” con la pareja, escuchando como se movía su energía e intentando evitar movimientos mecanizados. Al principio no podían mover el resto del cuerpo, pero al final sí que les pedí que iniciaran el movimiento de todo su cuerpo, pero manteniendo el contacto del dedo índice.
La actividad principal fue la que vino a continuación. Cada alumno tenía que atarse un hilo rojo en una parte de su cuerpo. En el otro extremo del hilo tenían que atar el carboncillo. Se pusieron el antifaz y se colocaron en un espacio encima del papel blanco. Con una música de fondo tenían que iniciar un baile, intentando evitar que nos vinieran pensamientos del exterior y centrarnos en aquellos movimientos que nacían de nuestro interior. Mientras se movían el carboncillo iba dejando el RASTRO de su MOVIMIENTO y, algunos de ellos, aprovechaban por interactuar con él. El hecho de no tener la vista les facilitó poner la atención en el movimiento de su cuerpo, sin dejarse influenciar por otros estímulos.